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“Contar que tienes una depresión abre el camino para que tu familia y tu entorno puedan ayudarte” Ana Ribera
“Ana, es que no sabemos cómo ayudarte. Estamos asustadísimos porque no sabemos cómo ayudarte”. Ana Ribera volvía una noche del cine con su hermana y empezó a temblar agarrada al volante de su coche. Su hermana y su familia no sabían qué le estaba pasando ni cómo afrontarlo. No era tristeza, no era cansancio, tampoco estrés por el trabajo o una mala racha. Ana estaba viviendo una depresión. Recibir un diagnóstico, poner en palabras lo que estaba viviendo y contarlo sirvió para que las personas de su entorno más cercano pudiesen también empezar a conocer cómo podían cuidarla y apoyarla en su proceso de recuperación.
“Llevar a mi madre con Alzheimer al centro de día nos ha ayudado a estar mejor a las dos” Ana María, hija y cuidadora
“Muchas veces tienes que hacer cosas que son de rutina, como ir al banco, y vas corriendo. En este año me ha cambiado la vida”. La madre de Ana María vive con ella desde hace 8 años, pero fue hace uno cuando empezó a notar que algo no iba bien. Su madre cambiaba cosas de sitio en casa cuando se quedaba sola y después no recordaba que había sido ella, se enfadaba más y empezó a mostrarse desorientada. Ana Mª no quería dejarla sola en casa por las mañanas, pero con su trabajo como profesora y sus hijos estudiando, la logística de cuidados se complicaba. Finalmente solicitaron un programa de respiro familiar y su madre acude de lunes a viernes a un centro de día por las mañanas. Muchas familias como la suya, que cuidan de un familiar dependiente o con discapacidad, necesitan el apoyo y la ayuda de los programas de respiro familiar para conciliar su vida laboral, disponer de tiempo de descanso o para hacer vida social, asegurando los cuidados de su familiar.
“El objetivo es crear un vínculo de calidad y duradero.” José A. Palacios, Fundación Grandes Amigos
La madre de Blanca murió siendo ella una niña y fueron unos tíos suyos quienes se encargaron de cuidarla siendo tan solo un bebé. Con 28 años, Blanca llegó a Madrid desde su pueblo en Asturias a vivir con otra tía suya a la que cuidó hasta que se casó. Después, fue su padre el que se vino a vivir con ella cuando empezó a no poder valerse por sí mismo. Y hasta hace unos años, también cuidó de su marido. “Tengo dos sobrinos por parte de mi marido y otra sobrina de mi hermano. Me llaman y vienen a verme de vez en cuando", explica Blanca. A ellos se suman las visitas de antiguas vecinas y ahora, su cita semanal con Marta, a la que ha conocido a través del programa de voluntariado de la Fundación Grandes Amigos a través de Cuidopía.
"Me gusta que me hable de épocas que no son la mía". Marta es amiga de Blanca, de 93 años.
Si Marta y Blanca quedasen para verse en alguna cafetería o compartiesen el banco en un parque, probablemente muchas personas podrían pensar que son abuela y nieta. Sin embargo, hace unos meses que se conocieron y, a pesar de la diferencia de edad, son grandes amigas. Mientras Blanca se recupera de la caída que sufrió saliendo sola a la calle, el salón de su casa es el espacio donde comparten juntas una tarde a la semana, el tiempo al que Marta se ha comprometido como voluntaria del programa de acompañamiento a personas mayores de la Fundación Grandes Amigos. Un tiempo del que, como indican ambas, disfrutan y aprenden mutuamente.